miércoles, 2 de abril de 2014

I.

Si tengo que pensar en el punto cero, diría que es el encuentro. Pero, como en todo viaje, hubo muchos comienzos.
La conciencia del aire es el primer comienzo. El despegue también. Pero hubo tres despegues. Eso es lo que diluye al despegue como punto cero.
La conciencia del aire, entonces. Que se haga de noche porque giramos con la tierra, porque nos fuimos allá, donde ahora anochece. Sobrevolar Mauritania. Pensar: "Estoy muy lejos, estoy muy alto". Y pensarlo suavecito para no colapsar.

Atterizar en Estambul, la ciudad prometida de este viaje. Barquitos y luces en la noche del Bósforo. Un salto profundo que despierta el monstruo del miedo a volar. En el aeropuerto somos pasajeros en tránsito. Todo es raro y familiar a la vez. Las publicidades que vemos en las paredes nos hacen pensar en que la globalización homogeneiza la estupidez. Esperamos nuestro último vuelo de este viaje. Ya ni sé qué hora es, en ninguna parte.


Aterrizamos en Tel Aviv. El viaje fue corto y eterno porque el monstruo está despierto. Y yo no pego un ojo.
El encuentro es bizarro. Correr y abrazarnos. Hace frío y estamos en otro país. Ya no como pasajeros en tránsito. O sí. Pero nos vamos a quedar una semana. A la chica de control migratorio le pareció muy poco. Sospechosamente poco. Le mostramos los pasajes a Barcelona y nos dejó pasar.
Hace frío; me doy cuenta porque mi tía tiene puesta una campera. Salimos atontados con nuestras valijas por esa puerta que nos saca del mundo aeropuerto. Que nos pone en un mundo real pero tan extraño que si ahora hago mucha fuerza tampoco me creo que era yo la que estaba ahí. Mirta nos ve y corre hacia nosotros. Nos abrazamos y es ese abrazo lo que me pone en tierra.

Salimos a la calle y hace frío y es la madrugada. Lo miro a Juan y veo lo cansados y contentos y confundidos que estamos. Cargamos el baúl y subimos. Shiran maneja por una autopista que se parece a todas las autopistas, entonces hago fuerza para entender que estamos ahí, del otro lado del Atlántico y del Mediterráneo. Los carteles en hebreo ayudan un poco. Hablamos del viaje. Tengo un sueño narcótico porque en el avión apenas dormité. Es la hiper-realidad.

Llegamos, y esta es la llegada número no sé cuánto. Los viajes largos, comprendo, tienen muchas llegadas.
Un garage. Un ascensor. Un palier. Un departamento. Una charla con té y amor. Llegamos. Y nos vamos a dormir, a las 4 de la mañana, dos días después de haber dormido en casa por última vez.