sábado, 2 de agosto de 2014

Whores

Uno se siente especial.
Está ahí, parado junto a la Fontana di Trevi, mirando el Gran Canal, o el Arno desde el Ponte Vecchio; uno se saca una foto, azorado, junto a la imponente Catedral Gótica de Barcelona, o contempla con cara de amor profundo los mosaicos de la Mezquita Azul de Estambul, las arcadas de la ciudad vieja de Jerusalén, la frescura de los patios de la Alhambra...
La ciudad es nuestra amante. El tiempo que dura nuestra estadía, nos pertenece. La sentimos nuestra, al menos. Luego la recordamos con ternura, como un viejo amor de verano. Siempre nuestra. Especial. Alguien habla de ella y nos sentimos aludidos. "¡Ah!"- irrumpimos en las conversaciones ajenas - "¡Sí!" - nos entrometemos como si alguien hubiera dicho nuestro nombre. Creemos poseerlas. Nos sentimos involucrados, como si realmente les hubiéramos dejado algo.
Pero no.
Las grandes ciudades del mundo y de la historia son como rameras. Muchos, muchísimos las recorren, las tocan y las gozan, se enamoran de ellas, las sueñan, las evocan. Pero a ellas les da igual. Somos uno más, otro del montón.
Tal vez sólo quieren descansar un poco.