viernes, 6 de septiembre de 2013

en el camino

Siempre en el aeropuerto.
Como si ese fuera el único espacio -el umbral entre el viaje y el no viaje- que, desde ese otro espacio liminar, que es el sueño, puedo evocar.

Es cierto que soñé con Almería. Y que antes me soñaba caminando por ciudades desconocidas. Pero, en cierta forma, siempre estoy en Buenos Aires: Atenas era un poster del partenón, Oriente era un restaurante chino, Almería no era más que una vereda porteña con calle de agua (Almería-Almagro)

El aeropuerto, o ese momento de tránsito entre estar acá e irse, es lo que más trabajo me da. Siempre me falta el equipaje, o parte de él, o el pasaporte, o el dinero. No doy con la puerta correcta, o no entiendo el idioma de los altoparlantes, o el tráfico se empecina en hacerme llegar tarde y perder el avión, o esa otra vez que el avión carreteaba por la escalera mecánica del aeropuerto, para, luego de una breve subida, detenerse a descansar en un primer piso, lo más alto y lo más lejos que llegaría.

No encuentro las referencias para lo otro. Me preparo con angustia para el momento liminar, el momento de pasaje entre un estado y otro. El estar-en-viaje no se decodifica, todavía. Estoy dejándolo en blanco; a la pura sorpresa.

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